“Solo la vida litúrgica
podrá volvernos verdaderamente a Dios”
podrá volvernos verdaderamente a Dios”
Antonio Cañizares
Cardenal Prefecto de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
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el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
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Antonio Cañizares es un hombre afable, sencillo, en cuya mirada relumbra de vez en cuando una chispa de picardía y, siempre, un resplandor de inteligencia. Han pasado poco más de dos años desde su llegada al frente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y estas cualidades le han dado autoridad entre sus “colegas” de la Curia, que no son un público fácilmente indulgente, y le han abierto muchas puertas, incluso las menos accesibles. Es cosa sabida en Roma que traspasa con alguna frecuencia las del “apartamento” privado de Benedicto XVI.
Esta entrevista ha tenido una negociación fácil. Se le planteó hace ya algún tiempo y su respuesta inmediata fue positiva. Hubiéramos querido aprovechar la fecha de su segundo aniversario como prefecto de la Congregación, pero se retrasó. El cardenal no ha soslayado ni una sola de nuestras preguntas y preferimos que pusiera por escrito lo que hemos hablado en más de una ocasión cara a cara.
Ya lleva en Roma suficiente tiempo para transmitirnos un balance personal de este período. ¿Cuál es?
Han sido dos años intensos, muy intensos; como es obvio, en mi vida y actuación personal al servicio total de la Iglesia se ha dado un gran cambio. ¡Cuántos hechos, cuántas experiencias nuevas y de hondo calado, cuántas vivencias de fe, hondamente eclesiales, se han producido a lo largo de estos años! Una etapa muy rica en todos los sentidos, un tiempo de gracia, un verdadero paso de Dios por mi vida; solo Dios lo sabe. Esto es lo primero y principal.
¿Balance, valoración de estos años? Lo dejo en manos de Dios y de la Iglesia. Particularmente, y con mirada serena y objetiva, veo este tiempo como un camino abierto de esperanza con no pocos proyectos merecedores de toda atención y dedicación, encaminados todos ellos, y en su conjunto, a impulsar un decidido y amplio movimiento para reavivar el genuino sentido y el espíritu de la Liturgia en la Iglesia. Esto es lo que se me ha encomendado, y con el auxilio de Dios y tantos otros auxilios que tanto necesitamos y que nunca faltan, estamos intentando llevarlo a cabo con ánimo agradecido, confianza y gran esperanza. La tarea no es fácil, pero, créame, es apasionante.
¿Le ha defraudado la Curia? ¿La calificaría de organismo necesario, eficaz, respetuoso con las Iglesias particulares?
¿Por qué había de defraudarme, si a ella, sin buscarlo ni pretenderlo, me han llamado a trabajar como jornalero en la viña del Señor? ¿Defraudarme, en qué, si no he puesto condición alguna ni he pedido nada ni ningún “salario”? Con toda sencillez, mi incorporación a los trabajos de la Curia romana para colaborar con el Santo Padre y ayudarle en la misión que me ha encomendado al servicio de la Iglesia universal está siendo para mí un don de Dios; desde aquí, se siente y se vive con una intensidad particular la realidad y el misterio de la Iglesia, la presencia del Señor en ella, los gozos, esperanzas, penas y sufrimientos de la humanidad entera, se amplía la visión eclesial y de fe, etc.
Es verdad que esta incorporación a la Curia ha sido, de alguna manera, una novedad en mi vida de pastor; mi vida ha tomado un rumbo nuevo e inesperado, he vivido la experiencia innegable de un cierto despojamiento, y echo en falta, sin duda, el trabajo pastoral directo y en línea de trinchera, por utilizar un símil de combate inherente siempre a la fe y a la misión. Con todo, no es lo mismo acudir, venir, a la Curia o, incluso, colaborar en alguno de sus organismos, como miembro de una Congregación, por ejemplo, que estar de lleno metido en ella, trabajando en ella, siendo parte de ella, sirviendo a la Iglesia universal en ella.
Desde dentro ves la importancia y el gran servicio que presta la Curia romana a las Iglesias particulares, el trabajo ingente y silencioso que se lleva a cabo, el sumo cuidado que se tiene en atender a sus demandas y necesidades, la labor enorme que se despliega en su conjunto… La Curia es necesaria, y hasta imprescindible, diría, como servicio de comunión y de aliento. Seguramente se podrían y se deberían renovar cosas para hacerla más ágil, rápida, “pastoral” y de mayor interacción y de mayor fecundación mutua entre sus diversos dicasterios y entre los que en ella trabajamos; tal vez, piensan algunos, se requeriría que fuese más dinamizadora y animadora, en cierto modo, como el gran motor de la Iglesia; creo que lo es y puede y debe serlo aún más, sin ahogar nada. Todo eso es posible; depende de todos.
¿Renovación litúrgica?
¿Hay un retroceso en materia litúrgica? ¿Cuáles son las claves de la “reforma de la reforma”?
No sé si podemos hablar de retroceso, porque primero habría que saber si antes ha habido o no un avance, o en qué puntos y en qué aspectos se ha dado ese progreso; también pudiera suceder que, en algunas ocasiones y subjetivamente, se haya considerado o visto como avance lo que en realidad no lo era, o no lo era suficientemente, o no se apoyaba en los fundamentos en que debería sustentarse. Nadie puede poner en duda que el Vaticano II ha puesto la sagrada liturgia, con la Palabra de Dios, en el centro de la vida y misión de la Iglesia; es muy significativo, en el lenguaje de los acontecimientos por los que Dios habla, el hecho de que la Constitución Sacrosanctum Concilium fuese el primer texto aprobado; es innegable, además, que desde allí se ha producido una gran renovación litúrgica.
Ahora bien, ¿se puede afirmar que todo lo que se ha hecho y hace es la renovación querida por el Concilio? ¿La renovación querida e impulsada en verdad por el Concilio ha penetrado suficientemente y ha llegado a sus aspectos medulares en la vida y misión del Pueblo Dios? ¿Se puede llamar renovación conciliar y desarrollo a todo lo que ha venido después? Hemos de ser humildes y sinceros: ¿la principal y gran llamada del Concilio a que la liturgia fuese la fuente y la meta, la cima de toda la vida cristiana, se está cumpliendo en la conciencia de todos, sacerdotes y laicos, o, al contrario, está aún muy lejos de que sea así? ¿El pueblo de Dios, fieles y pastores, vive de verdad de la liturgia, está en el centro de nuestras vidas? ¿Se han enseñado y asimilado las enseñanzas conciliares, se ha mantenido una fidelidad a las mismas, o se las ha interpretado correctamente en la clave de la continuidad que pide el Papa?
No planteo preguntas retóricas; hoy es muy necesario hacérselas. Las respuestas siempre nos volverán al mismo origen: al Concilio. Por eso, las claves por las que usted me pregunta para la así llamada “reforma de la reforma” no son otras que las ya dadas por el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium y el posterior magisterio de los papas, que indican e interpretan auténticamente sus enseñanzas conforme a una “hermenéutica de la continuidad”.
En eso estamos. Añado: vivimos una situación dramática caracterizada por el olvido de Dios y el vivir como si Dios no existiese; esto, como es evidente y palpable, está teniendo unas gravísimas consecuencias para los hombres. Solo la vida litúrgica puesta en el centro de todo, solo una renovación litúrgica en profundidad, solo el devolver a la liturgia, singularmente a la Eucaristía, el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia, de los sacerdotes y fieles, tal como la Iglesia la entiende, la orienta y la regula, en fidelidad a su naturaleza y a la Tradición, podrá volvernos verdaderamente a Dios, situar a Dios en el centro, fundamento, sentido y meta de todo, y así hacer posible una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos que adoran a Dios, abrir caminos de esperanza e iluminar el mundo con la luz y belleza de la caridad que de la liturgia brota: la liturgia nos sitúa ante Dios mismo, la acción de Dios, su amor; solo podremos impulsar una urgente y apremiante nueva evangelización si la liturgia recobra el lugar que le pertenece en la vida de todos los cristianos.
Es preciso, según veo, reconocer que la liturgia hoy no está siendo el “alma”, la fuente y la meta de la vida de muchos cristianos, fieles o sacerdotes: ¡cuánta rutina y mediocridad, cuánta trivialización y superficialidad se nos ha metido!; ¡cuántas misas celebradas de cualquier manera o participadas en cualquier disposición!; de ahí nuestra gran debilidad. Es muy necesario llevar a la conciencia de los fieles que la liturgia es, ante todo, obra de Dios, y que nada se puede anteponer a ella. Solo Dios, la “revolución de Dios”, Dios en el centro de todo, podrá renovar y cambiar el mundo.
Se habla mucho de una reestructuración del dicasterio que preside, el cual perdería todo lo correspondiente a la disciplina de los sacramentos. ¿Qué puede decirnos de eso?
Entre los proyectos inmediatos, en el marco de la respuesta que la Congregación ha de dar a los presentes desafíos, tenemos el de la reestructuración del dicasterio, que afecta, por ejemplo, a la creación de una sección nueva para la música y el arte sagrados al servicio de la liturgia; otro aspecto de esta misma reestructuración se refiere a la transferencia a otro organismo de la Santa Sede del “oficio matrimonial” para el caso del matrimonio “rato y no consumado”; ya pasó, hace años, a Clero, la dispensa de las obligaciones sacerdotales.
Por ahí ha corrido, como usted dice, que ya no se va a ocupar de los sacramentos, o que va a desaparecer de nuestra competencia el aspecto de la “disciplina” de los sacramentos; ambas cosas son imposibles, ya que liturgia y sacramentos van unidos, son una misma cosa, y, además, la disciplina pertenece a la misma entraña de los sacramentos y de la liturgia; la liturgia siempre comporta una regula, una regulación, también canónica, y esto es algo que se debe cuidar y atender con suma diligencia: se trata, en último término también, del ius divinum, que está en juego en la disciplina de los sacramentos.
Hay normas que cumplir, un derecho que acatar –el de Dios– y también abusos que corregir. Por eso, en modo alguno desaparece de la Congregación la “disciplina de los sacramentos”; al contrario, quedará reforzada. Por lo demás, todo ello permitirá dedicar y concentrar la mayoría de los no pocos esfuerzos y trabajos que se necesitan en todo aquello que posibilite intensificar el movimiento litúrgico que sigue vivo, como obra del Espíritu Santo, del Vaticano II.
“El Papa de lo esencial”
Algunos piensan que está usted demasiado tiempo fuera de Roma. ¿Tiene algo que responder al respecto?
Uno puede pensar o imaginar lo que quiera, es muy libre de hacerlo. No me importa que algunos piensen así. Pero la verdad es otra. Siento de veras desmentirlo; sencillamente, no es así. De todas las maneras, permítame decirle que me sorprende saber que algunos estén pendientes de si yo salgo o entro, de si estoy o no en mi despacho, cuando hay tantas cosas que son mucho más importantes para la liturgia relacionadas con la actual labor que desempeño. Ignoraba, por lo demás, que tuviese vigilantes de mis pasos, pues solo vigilando mis entradas y salidas se podría hacer, con verdad y fundamento, tal aserto, o se podría pensar de semejante manera; lamento que no acierten o no informen bien mis presuntos vigilantes u observadores. Vivo, en estos momentos, por completo para la Congregación; mis salidas fuera de Roma –muchas menos de las que me solicitan– son en claro y total beneficio de la misión eclesial encomendada. Y las horas que dedico en casa y en días de fiesta solo Dios las conoce.
¿Cómo son actualmente sus relaciones con el Santo Padre? ¿Mantienen otros contactos además de las entrevistas de trabajo?
Siempre he recibido la gracia inmensa y regalo inmerecido de recibir del Santo Padre un trato exquisito y fraterno, maravilloso; el tiempo que llevo en Roma puedo asegurarle que su cercanía, su afecto, su ayuda, su aliento, su atención, aún las siento todavía mayores, y nunca se lo agradeceré suficientemente: esto da mucho ánimo. Creo, además, que así es con todos y para todos nuestro queridísimo Papa. Con el Papa se tienen encuentros de muchas maneras, a veces, por ejemplo, en reuniones con otros responsables de dicasterios.
Benedicto XVI va a cumplir 84 años y lleva ya casi seis al frente de la Iglesia. Le pido que defina su mayor aportación a la Iglesia.
Me pide usted que “defina”; eso es imposible; sería una osadía por mi parte. “Definir” es siempre recortar; y una persona tan rica y una obra tan enorme y grandiosa como la que él está llevando a cabo yo no sabría “definirla”, sin mutilarla y empobrecerla. De todos modos, siendo muy atrevido, le digo que es el “Papa de lo esencial”, y que lo “esencial”, ya nos lo dijo en la homilía de la Santa Misa con que oficialmente iniciaba su pontificado, es “hacer la voluntad de Dios”, ser testigo de Dios y de lo que Dios quiere, hacer lo que Él quiere, y su voz es muy clara. Es el Papa que está poniendo a Dios en el centro de todo, que nos recuerda permanentemente a Dios, y la centralidad de Dios, que tiene un rostro humano, su Hijo único, Jesucristo, que es Amor, y que su “pasión” es el hombre, inseparable enteramente de Dios. Esta es la cuestión fundamental de todas, siempre, sobre todo en estos momentos.
A partir de aquí entiendo su pontificado: por ejemplo, sus tres encíclicas, sus exhortaciones apostólicas, su máximo interés y atención a la liturgia y a la Eucaristía, a la Palabra de Dios, su llamada constante a la purificación de la Iglesia, a la conversión de los mismos cristianos en el sentido radical que él la entiende, su labor incanable en favor de la unidad, y su defensa, como nadie, de la verdad y de la razón, y, por tanto, de la libertad verdadera de todo hombre.
En este momento, díganos cuáles son sus mayores preocupaciones en torno al futuro de la Iglesia en España.
Lo he dicho muchas veces y en repetidas ocasiones: mi gran preocupación es que los hombres crean, porque no da lo mismo creer que no creer: el problema radical de España, el que está en la base de la situación tan grave que atraviesa, como si estuviese desangrándose y desplomándose, tiene su raíz en el olvido de Dios, en pretender vivir como si Dios no existiese, y al margen de Él, la laicización tan grande y radical que algunas corrientes pretenden, o la secularización interna de la misma Iglesia, el olvido de su identidad y raíces y su rica aportación a la Iglesia y al mundo. Por eso la Iglesia en España debería releer y meditar todo cuanto nos dijo el Papa en su reciente viaje a España, y volver a meditar el propio magisterio de los obispos españoles, tan rico y sugerente, por ejemplo, su Instrucción del 2006 Orientaciones morales, o también, La verdad os hará libres, o Testigos del Dios vivo, para ver que el gran desafío que tenemos es una nueva, apremiante y valiente evangelización, una decidida renovación de una nueva pastoral para la “iniciación cristiana”, para hacer cristianos.
Ahí se condensa todo, y ahí está todo su futuro y sus quehaceres inaplazables. El Papa, en el fondo, nos dijo lo mismo que Juan Pablo II dijo desde Santiago a Europa: “España, sé tú misma”, con la riqueza, la fuerza de tu fe, la capacidad evangelizadora, y de creación de cultura que comporta esa fe y esas raíces profundamente cristianas, etc.
Un gran desafío de la Iglesia en España es recobrar el vigor de una fe vivida capaz de edificar una humanidad nueva, tener más confianza en sí misma, no tener miedo, ser libre, vivir una profunda unidad, renovar el tejido de la sociedad renovando inseparablemente el tejido de nuestras comunidades. El aliento y el vigor de los sacerdotes, las vocaciones sacerdotales, las vocaciones religiosas, la iniciación cristiana, la presencia de los fieles cristianos en la vida pública, no a pesar de su fe, sino precisamente por ella, la pastoral de la santidad, el fortalecimiento de la unidad y de la comunión… son desafíos que tenemos. Una gran esperanza es la Jornada Mundial de la Juventud, un don de Dios a la Iglesia en España en estos momentos. La gran consigna es la que nos dejó Juan Pablo II en su último viaje a nuestra patria: “España evangelizada, España evangelizadora. Ese es tu camino”.
La Iglesia española, ¿le parece preparada para afrontar estos desafíos?
Naturalmente que sí. La Iglesia en España tiene una gran vitalidad que, a veces, nosotros, los españoles, no sabemos reconocer y apreciar en su justa medida: somos así; desde fuera se aprecia y valora más y mejor la fuerza interior de la Iglesia en España, manifestada en su fidelidad largamente probada al Evangelio, en su sin par actividad evangelizadora y en su amplia presencia misionera, en tantas iniciativas, en tantas tomas de posición, en tantos empeños apostólicos, en esa su gran historia, que, a pesar de lagunas y errores humanos, es digna de admiración y aprecio; esa historia debería ser inspiración y estímulo para ofrecer el ejemplo a proseguir y mejorar el futuro.
Estimo necesario reavivar la confianza en las capacidades de la Iglesia en España; no son otras que las de Jesucristo presente en ella, la muchedumbre de santos y de mártires que llenan su historia, las familias todavía con principios y fundamentos cristianos, la riqueza oculta y la fuerza tan extraordinaria de la vida contemplativa en España, la religiosidad popular, su rico y vivo patrimonio cultural y social cristiano, su sentido profundamente mariano, la escuela católica y las universidades de la Iglesia… Los temores y los complejos pueden agarrotarnos.
Es la hora de la fe y de la confianza; es la hora de la verdad y de ser libres con la libertad de quien se apoya en Dios; es la hora de la esperanza que no defrauda; la hora de vivir y anunciar su gran y única riqueza –Jesucristo–: esta no la puede olvidar, ni silenciar ni dejar morir. Es preciso recordarnos, en el preciso momento histórico de hoy, aquellas lapidarias palabras del papa Juan Pablo II al llegar a Barajas en su primer viaje: “Es necesario que los católicos españoles sepan recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hermano”. Esa es la preparación que se necesita.
La prensa en general, y la que se ocupa más específicamente de la información religiosa, ¿está distraída con otros temas?
Algunos parece que están distraídos, no se enteran o no se quieren enterar. Los problemas de fondo frecuentemente no están donde los señalan; por ejemplo, no está en si el Gobierno dicta esta u otra ley, o si tiene tal o cual gesto o palabra y si se da tal o cual reacción; ni se juega todo en el tablero de la política, ni la Iglesia entra en ese juego, ni se puede ver todo en clave política, ni reducir todo a una simple interpretación política de la presencia y relaciones de la Iglesia con el mundo, con los hombres de hoy; ni juzgarlo todo con el esquema de conservadores y progresistas, modernos o ajenos a la modernidad que se lleva en el ambiente; no está tampoco en las cuestiones de “política eclesiástica” o en comentarios “clericales de sacristía” que hacen tanto daño y no construyen ni siembran nada. No. Eso no es entrar en lo que es la Iglesia y en lo que esta puede y debe aportar a las gentes y a nuestro país. Reconozco que me gustaría encontrar una visión más amplia y abierta, más centrada en lo que verdaderamente es e importa, más honda y profundizada de las reales cuestiones, que son las que aportan y construyen.
La necesaria unidad
Van a celebrarse elecciones en la Conferencia Episcopal Española. ¿Ha llegado el momento de la renovación?
Siempre es el momento de elegir conforme al querer de Dios y buscando el bien únicamente de la Iglesia –fuera otras cosas–, sin olvidar el momento concreto que vivimos. Así sucederá en las próximas elecciones. Lo que a mí me toca –y a todos– es orar a Dios por mis hermanos obispos –todos los días lo hago– para que Dios los ilumine y elijan conforme al querer divino. Pido a Dios que todo fortalezca la unidad, tan urgente y necesaria, y avive la esperanza, en la actual situación que vivimos. Unas elecciones siempre son importantes. El momento difícil y crucial que vivimos, los desafíos que tenemos hacen de estas elecciones una de las más interesantes e importantes de la historia de la Conferencia. La responsabilidad y la prudencia de nuestros obispos está más que asegurada y probada en la rica y larga historia de la Conferencia Episcopal.
Se registran ciertas tensiones entre los obispos y los religiosos. ¿Qué opinión le merece este fenómeno?
Siempre es necesaria la unidad. En estos momentos, todavía más. La escuela católica, por ejemplo, está en grave riesgo y entre todos –obispos, religiosos… muy unidos– hemos de salvarla y fortalecerla. Todos a una, hemos de apoyar decididamente a la escuela católica. Dividirnos, por ejemplo, a causa de esta cuestión sería de una ceguera notabilísima, sería un pecado contra la obra de evangelización, que siempre es obra del Espíritu.
Ciertos comentaristas opinan que el suyo a Roma es un viaje de ida y vuelta. ¿Piensa volver a una “vida activa” en España?
Nunca me he ido ni me iré de España; como todos los españoles, y como hombre de Iglesia, siempre trabajaré y serviré hasta la extenuación por España. Me ha ayudado mucho a pensar así la figura del gran Juan Pablo II, y, particularmente, su obra autobiográfica Memoria e identidad. Otra cosa no podría entenderla. Eso no está reñido con mi actual trabajo en la Iglesia como prefecto de la Congregación para el Culto, ni le resta tampoco nada; más aún, eso le da concreción y vitalidad a esta misma misión. Con todo, tengo que decirle que nunca he elegido yo dónde ir; como sacerdote, siempre he hecho lo que era la voluntad de mi obispo; y como obispo, en todo he secundado y obedecido libremente y sin condiciones lo que el Papa ha decidido y me ha pedido: esa es la voluntad de Dios. Haré siempre, con su ayuda, lo que Dios quiera.
¿Está dividido el episcopado español?
No; claramente no; gracias a Dios no es un episcopado monocolor ni homogéneo; hay diversidad de pareceres y normales preferencias. De ahí no se puede deducir división. Nada ni nadie, ni de dentro ni de fuera, debería palidecer o debilitar esa unión en la diversidad; todo lo que sea fortalecer, como una piña, la unidad es clave para una nueva evangelización y para un futuro de esperanza. Si antes dije “España evangelizada, España evangelizadora, ese es tu camino”, ahora añado que solo es posible andar este camino con una fuerte unidad del episcopado; creo que todos somos conscientes de ello.
En el nº 2.743 de Vida Nueva